miércoles, 14 de julio de 2021

Fuga, no paseo

 


«Intento explicar mi idea de nuestro paseo como una fuga (…). Me parece más atractivo el término fugueur que el ahora tan manido flâneur. Fugueur tenía la sonoridad de un taco, como un encabronado soldado británico murmurando encima de su caja de tabaco en las trincheras en Flandes. Fugueur era una buena descripción de nuestros paseos, episodios mensuales de enfermedad mental transitoria. La locura como un viaje (…) La fuga es, al mismo tiempo, deriva y fractura. El relato del viaje solo puede ser recuperado a través de alguna forma de hipnosis, la pista mnémica de un diario o un álbum de fotos. Pruebas documentales de cosas que podrían no haber ocurrido nunca. (…) En representaciones de la fuga durante el Siglo XX, el paseante se desvanece dentro del paseo (…).»

Iain Sinclair, London Orbital (2001)

London Orbital no es el primer momento en el que Iain Sinclair se alejaría de la figura del flâneur para buscar otro marco de referencia para sus prácticas deambulatorias, pero sí sería el primero donde su propia práctica (tanto la peripatética y la literaria) la pondría en valor. El relato del ambicioso proyecto de recorrer la carretera de circunvalación M25 alrededor de Londres -una gesta que le ocuparía la mayor parte de 1999, culminando en la Cúpula del Milenio el 31 de diciembre-, London Orbital nos sitúa en un marco muy alejado de los espacios urbanos tan queridos por los psicogeógrafos. Los lugares que recorren Sinclair y sus compañeros de conspiración (a veces, el fotógrafo Marc Atkins, y otras veces, Bill Drummond, otrora de The KLF y la K Foundation, y, a aquellas alturas del siglo XX, completamente dedicado a prácticas psicogeográficas) no llega a ser nunca del todo urbano ni del todo rural, y la experiencia es siempre más Ballard que Baudelaire. Son los espacios de una inmensa metrópolis que atropella y regurgita los lugares y tiempos de su propio pasado en una expansión aparentemente infinita.

A la vez, el propio tono narrativo de la novela nos aleja de la figura del flâneur tal y como la hemos heredado de Baudelaire y la hemos repensado a través de Benjamin. Este deambular por áreas en construcción, zonas residenciales suburbanas a medio abandonar, con el rugido de la carretera siempre cerca, es relatado desde una mirada literaria que está más cerca de los casos de los dromomaníacos a los que hace referencia Sinclair: casos de personas que, entrando en un extraño caso de trance sonámbulo, recorriendo miles de kilómetros y despertando en diferentes lugares sin más recuerdo de su tránsito que el que pudiera extraerse vía ejercicios de hipnosis.

La dromomanía era una condición psiquiátrica de finales del S.XIX que se caracterizaba por un irrefrenable deseo de andar sin rumbo ni meta. A veces se la ha descrito como travelling fugue, y en algunas ocasiones, como wanderlust (deseo de andar), o automatismo ambulatorio. El caso más conocido fue el de Jean-Albert Dadas, de Burdeos, el primero de muchos descrito por Ian Hacking en Mad Travellers: Reflections on the Reality of Transient Mental Illnesses. Dadas tenía una tendencia de abandonar lo que estuviera haciendo y salir caminando sin rumbo. Se le ha atribuido haber vuelto a recuperar la conciencia en lugares tan lejanos como Viena, Praga, o incluso Moscú, sin tener el menor recuerdo de su tránsito, ni de qué le había empujado a ponerse en marcha.

La aparición de los dromomaníacos en la obra de Sinclair podría obedecer a varias causas. Una que no podemos dejar de lado es el deseo, tan común en psicogeógrafos y artistas británicos, de dejar de lado la genealogía europea de la psicogeografía (que podríamos trazar, con un lápiz muy grueso, desde El pintor de la vida moderna de Baudelaire, pasando por Benjamin, para deparar un momento en la Internacional Situacionista y seguir hasta décadas más recientes en el trabajo de gente como De Certeau o Augoyard), y buscar sus raíces en una tradición anglosajona, y más literaria que artística o sociológica. Es un ímpetu que comparte con autores como Merlin Coverley.

Pero, incluso tendiendo en cuenta este argumento, liberar las prácticas caminantes de la figura del flâneur se puede entender ya no tanto como un acto emancipatorio sino como un desplazamiento necesario. Ni nuestros espacios urbanos ni nuestras condiciones de vida se ajustan ya a aquella figura, ni las tensión que ésta contenía - entre habitar una ciudad y recorrerla, consumiéndola como espectáculo, o entre ser parte de una multitud y estar aislado y solitario en sus seno, tal y como aparecía en The Man of the Crowd de Poe -. En un momento en el que el ocio y el consumo son el lugar/tiempo privilegiado de la producción de valor, y en el que la gentrificación ha vaciado nuestros centros de ciudad de toda vida que no esté sujeta al consumo, el paseo ha pasado de contener un potencial crítico a ser una práctica que reafirma estas condiciones. En estas circunstancias, el trance de un estado de fuga como el de Jean-Albert Dadas quizás sea una opción preferible, y, quién sabe, quizás más crítica de lo que pudiera parecer a primera vista.

Desde estas premisas es desde donde inicia su andadura Dromomanía, sin una meta predeterminada, y con un deseo de desvanecerse en el acto de caminar, que será una fuga, no un paseo.