Hacerlo así tiene cierto sentido en este contexto, ya que algo que poca gente sabe es que tiendo a caminar para pensar, o, mejor dicho, pienso mejor caminando.
(Los que no viven conmigo no conocen el espectáculo de Kamen levantándose súbitamente a dar vueltas compulsivas por la casa durante quince minutos antes de volver a abalanzarse sobre el teclado. Pero lo hago todo el tiempo. Hace tiempo, era incapaz de hablar en público sin moverme, cosa que ponía muy nervioso a mi público. Últimamente, me controlo más, pero que nadie tenga ninguna duda - lo que realmente me apetece es levantarme y cruzar la sala de un lado a otro mientras hablo.)
Esto tendrá algo que ver con asociar movimiento físico con pensamiento, y aquí me viene al dedo, porque lo bueno que tiene este proyecto es que va de andar, y eso de andar, como el sexo, cuanto menos se hable y más se practique, mejor.
(¿Dije "sexo"? Ya, típico... Bueno, sigan conmigo, todo esto cuadrará de alguna manera.)
Pero, lo mismo que el sexo, el pasear tiene el inconveniente de que es muy, muy difícil de relatar a otros sin convertirlo en pornografía. O en un callejero. Es una de esas experiencias que, aunque tengan lugar en el espacio público, suelen ser muy íntimas. Recuerdo estar comentando esto (la dificultad de comunicar la experiencia de un paseo, no el sexo) con Antonio hace unos meses en Mollina. No sabía entonces que me tendría que enfrentar al mismo problema.
Y el problema estriba en que la experiencia de andar no se limita a cruzar un espacio dado ni en dar con el camino más corto/más agradable/más relajado entre dos puntos. Mi actitud normal cuando paseo es de introspección, o evasión. Tiendo a dejar que mis piernas me lleven, que piensen por mí, yo me limito a perderme en la música que suena en mis cascos, o, a falta de eso, en mis pensamientos. Soy perfectamente capaz de atravesar el centro de Madrid sin dejar de darle vueltas a algo y sin percatarme de nada de lo que ocurre a mí alrededor.
La situación que mejor demuestra esta actitud se suele presentar cuando un turista, o alguien que simplemente no conoce el barrio, le para a uno con una pregunta. (Ya saben, las típicas, "...¿Para ir a Callao?", "¿Ésta es la calle Fernando VI?", etc.). Y uno se da cuenta de que no tiene ni idea de cuál es la calle Fernando VI, aunque la haya cruzado ocho veces diarias. Que las piernas de uno saben perfectamente salir de la calle Pelayo e ir a la calle de "La Ida", y uno puede hasta recitar los nombres de las chicas de la barra, pero no tiene ni la más remota idea de cuál es el nombre de la calle, ni de cuáles son las instrucciones para llegar. En el mejor de los casos, si el turista en cuestión está de suerte, será que me dirijo hacia el mismo sitio, en cuyo caso le pido que me siga, y punto.
Esto también tiene su explicación. Por explicaciones, que no falte. Evidentemente, uno puede o caminar o pensar en dónde está caminando, de la misma manera que uno puede experimentar algo o tener conocimiento de ese algo. Si uno traza su camino con cuidado y mira cada nombre de calle, cada letrero, cada número de vía, puede que llegue a su destino sin tropezar, pero no habrá paseado realmente. Prueben Uds. a pararse a pensar en lo que hacen mientras practican el sexo... pero luego no me echen la culpa por estropearles la faena, esto es un experimento, y ya está.
La clave, entonces, es que mi experiencia y mi conocimiento del espacio que cruzo son cosas distintas, mutuamente excluyentes. Simplemente, ocurren en lugares y órdenes de experiencia social distintos. Tenemos experiencia de algo, y luego activamos todo un arsenal de lenguajes y conceptos aprendidos para describirla. Finalmente, nos vemos incapaces de relatar esta experiencia, y el lastre de conocimiento aprendido y constricciones sociales se impone, y resulta que simple- y llanamente no tenemos una experiencia real de los espacios que atravesamos.
Sé (bueno, los saben mis piernas) que lo que realmente me atrae en este asunto es esta disyuntiva entre experiencia y conocimiento, o entre mapa y territorio. Por un lado, el lugar. Por el otro, la descripción del lugar. Por un lado, el paseo. Por el otro, el trayecto.
Complicado, sí. Para empezar, necesito más constricciones. ¡Mi caballo por una constricción! Empecemos limitando la información. No, ésa no es la mejor forma de explicarlo. Mejor decir que queremos usar medios y formatos de salida que me obliguen a mí a hilar más fino y a los receptores a prestar atención. Tiremos de elipsis, nuestra constricción favorita. Así nuestras piernas se sentirán a gusto y nos llevarán a donde queremos llegar.
Luego, pensemos en qué queremos abordar. La cantidad de lenguajes y métodos cognitivos que la gente usa para describir los espacios y su experiencia de ellos daría para una tesis doctoral.
(La tesis doctoral es un clásico ejemplo de ausencia de constricción - por eso nunca llegará a ser una forma de arte.)
No olvidemos que todo esto se presentará en un contexto de investigación sobre, agárrense, creatividad popular.
Últimamente, cuanto más hedonista me pongo con lo que hago, mejor me sale y mejor se me entiende. De entre las cosas que he mentado aquí (metiéndonos el facilón recurso al sexo de vuelta al bolsillo para otra ocasión) me quedo con el eterno episodio del turista desorientado, mapa en mano. Clásica situación de insuficiencia lingüística (su mapa le vale de poco, yo no tengo ni idea de cómo llegar a donde me pide) - sistemas cognitivos en pleno conflicto. Una buena forma de alterar algo, de generar un extrañamiento en lo cotidiano para devolver lo cotidiano a lo visible.
Así que me centraré en el lugar, el recorrido, y la narración del lugar y del recorrido. Mapa y territorio, sí, pero llevado al hablar de todos los días, a lo cotidiano. Allí también asoma la cabeza la sobredosis de datos e información, así que habrá que buscar alguna forma de organizarlo todo. Nada mejor que un cuaderno, una especie de bitácora, como esta misma que nos ocupa aquí.
Un buen punto de arranque, un primer paso (o, para hacerlo sonar más oficial, una "primera fase en el proyecto"), y una buena excusa para dejar de darle vueltas a esto y salir a la calle de una vez, puede ser la siguiente pregunta:
¿Llegaré a donde voy todos los días si sigo las instrucciones de otra persona?